En Mijas había una ley no escrita: si la puerta de la casa está cerrada no molesten. Yo recuerdo de niño, asomar la cabeza en una casa y preguntar por algún amigo, ¿está fulanito? A secas, sin decir hola, la información precisa. Una voz que irrumpe en el sonido del puchero o el parte del tiempo. Si estaba la puerta abierta me invitaban a penetrar en su intimidad. En la privacidad que los americanos guardan a golpe de gatillo. Si la puerta estaba cerrada, ni se me ocurría llamar. Ahora no quieren que los molesten, pensaba y me iba. ¿Puede haber un mecanismo más eficaz para guardar la privacidad? La puerta de La Muralla de Mijas está abierta para toda persona, que viva aquí o que le tenga cariño a Mijas.
Ojalá, en tiempos de redes sociales y de que las compañías de teléfono te llaman para venderte ofertas, hubiese algún mecanismo tan preciso que dijera, ahora no, ahora la casa es para nosotros.
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